16/04/09

Recuerdos

Voy caminando desde la playa. Dejé atrás la duna. Odio caminar por las dunas. No es eficiente. Llego a donde están algunos Palo Fierros.

Es la tercera vez que hago ésto. Es cansado. No tengo condición. Me fumé un cigarro en la playa.

Mala idea.

Chris va junto a mí. Tiene 51 años y está en mucha mejor condición que yo. No me cae bien.

En mi lógica poco informada pero coherente para mí, elijo caminar por enmedio de los arbustos. Hay más tracción. Ya me han prevenido en contra de ésto.

Ruido. Sé qué es. De todos modos me asusto.

Asustar es una palabra que se queda muy corta para lo que sientes cuando te encuentras de frente con un animal salvaje.

Es una víbora de cascabel. La sorprendí. Parece no agradarle. Las sorpresas, digo.

Me congelo. Chris me dice algo, pero no lo escucho. Empiezo a echarme hacia atrás. Muy lentamente.

He escuchado historias.

Las víboras de cascabel te pueden tirar una mordida tan rápido, que ha veces ni te das cuenta de que lo hicieron ya.

Sé que es tonto, pero hay momentos en los que uno se la cree.

Al tener la concentración tan agudizada por la adrenalina, uno se fija un muchos detalles.

Al hacerme para atrás, la víbora parece tranquilizarse. El sonido de su cascabel lo hace obvio. Está planeado así, y es muy efectivo. No hay que confiarse, las pausas son interpretadas como una agresión por la víbora.

Después de cierta distancia, el cascabeleo es casi imperceptible. Risas. Mentadas.

"Pinche Chris, deja de reírte o te voy a partir la madre".

Me pasaría de nuevo. 2 veces. El susto es el mismo, la reacción es más rápida y controlada.

Verán, yo era un muchacho de ciudad. De repente, me pedían que manejara una hora por terracería para llegar a un terreno en medio de la nada.

Me decían que era el desarrollador, pero la verdad es que no tenía idea de qué hacía.

Eso sí. Hice algunos planes de negocios muy chéveres.

Adelantemos la película. Algunas semanas.

Tomás (el topógrafo): "¿Ves esa planta que está ahí junto a tu pie?"

"Ajá."

"Recógela."

"Ajá. Y?"

"Jajajajajajajaja!!!"

Tuve una especie de salpullido invocado por el demonio por una semana.

Así como esta historia les podría contar muchas. Mi novatez era bien aprovechada por la gente a mi alrededor, pero (creo) que sí respetaban las ganas que le echaba.

A tan sólo poco más de 4 años extraño esa sensación de camaradería. De aprender algo valioso.

De regreso en el pueblo tenía que hacer reportes y lidiar con bancos y demás, pero las horas que pasaba en el terreno eran increíbles.

Regresaba a comer (a las almejas que están junto a la carretera casi llegando al aeropuerto de San José del Cabo, las recomiendo si están por allá, es un puestito pinchurriento) como salido de una guerra. Las caminatas a través del desierto te dejan lleno de rasguños. Sangre. Marcas molestas, pero que causan satisfacción. Piel roja por el sol.

Pasas demasiado tiempo en lugares que no están hechos para caminarse.

Después de un tiempo, te sientes muy cómodo así.

En ese tiempo, realmente no conocía el internet. No había tenido internet en mi casa y, en los trabajos que había tenido, sólo lo usaba para leer correos. El navegar era tedioso, sólo conocía el internet con módems muy lentos.

No sabía qué eran los blogs, y si me lo hubieran explicado, me hubiera burlado de ustedes (de mí).

Ahora extraño éso.

Extraño cagotearme al velador por atrapar una víbora y tenerla atada a un palo como mascota.

"Pendejo, si esta madre te pica, ya valiste madres. Quién chingada madre te va a ayudar hasta acá? Pónte verga!" (Perdón por el lenguaje, pero convivía con puro albañil)

"A huevo." Le valía. Lo hizo varias veces. Luego las despellejaba. La piel de las víboras de cascabel es de buena suerte, por si no lo sabían.

No le daba miedo estar solo si pasaba un huracán. Los sinaloenses son duros.

Después de un tiempo, el desarrollo comienza a tomar forma. Entrada, carreteras, tuberías, oficina. Se pierde lo virgen.

Se pasa más tiempo en la oficina del pueblo. En bancos. En los edificios de gobierno. En catastro. Con clientes.

Después de un tiempo, aprecias la oportunidad de ir a los terrenos. Vas por diversión los fines de semana. A ella no le gusta. Tú te diviertes entrando por los arroyos, sólo para meter la doble tracción.

En poco menos de dos años, te conviertes en un administrador más, siempre metido en la oficina.

No aguanté. Me fui. Dejé todo. A todos.

La gente que me conoce cree que yo odiaba mi trabajo, pero sólo lo odiaba al final.

Odiaba estar en la oficina.

Ni siquiera era una oficina en forma. Era un departamento acondicionado como oficina. Estaba a 20 pasos de la alberca de los condominios. Así no se puede trabajar.

Después de un tiempo de dedicarme a varias cosas relacionadas con el audio, video, y fotografía, extraño esos tiempos.

Creo que esta entrada surgió porque me encontré el reloj que usaba en esos tiempos. Me gustaba mucho, tiene altímetro y compás y demás cosas que ya no son útiles para mí.

Lo voy a usar diario otra vez.

Creo que esta entrada estuvo muy aburrida para ustedes. Lo siento.

Mejor vean a este perezoso, que es mi contraparte y en lo que pienso reencarnar algún día:



Y éste:

2 comentarios:

Brenda Bejar dijo...

Qué chistosos animalitos, nunca los había visto, se parecen a E.T. en versión huevona.

la valedora dijo...

has tenido una vida tan variada, parece que cada 4 meses te cambias de ciudad... yo deberia de hacer eso