02/01/09

Primer Día del Año

Se sintió igual que cualquier otro. Lo único es que afuera está a bastantes grados bajo cero, por lo que me cuesta salir. No estoy hecho para el frío definitivamente. La temperatura más baja en la que he estado es de -24 grados en un pueblo de Pennsylvania, Williamsport. Fue horrible. Creo que hay un límite de frío que puede sentir el cuerpo. Para mí fue a los -15. Más abajo de eso ya no sentí más frío, pero me sentía mal. Me mareo. Siento como trabaja mi cuerpo para mantenerme caliente. La hipotermia tarda horas, entonces no es eso. Creo que simplemente es que mi cuerpo funciona mejor alrededor de los 34 grados centígrados.

Ah! Agréguenle a esa temperatura una relación que está a punto de morir desagradablemente y la familia de la persona con la que sufrirás tal deceso. Pura diversión.

En fin, comentaba que el calor me agrada. El invierno me cambia el humor totalmente. La primera vez que vine a vivir a Nueva York, hace ya 11 años, me previnieron de la depresión invernal. Yo no lo creía hasta que la viví. Además vivía en un departamentito en el cual casi casi podía lavarme los dientes, cocinar mi desayuno, prender la tele, y abrir la puerta al mismo tiempo. No me importaba. Cosas así no importan cuando joven. El espacio es valioso ya de grande, cuando requieres hacer algo en ese espacio.

El invierno no es blanco, como sale en las fotos. Las nevadas no son fuente de diversión para familias que tienen guerras de bolas de nieve en el patio de su casa. Tal vez la primera nevada sí, pero para los que han vivido toda su vida en la nieve es algo totalmente diferente. Piensan en la flojera que les da el excavar un camino desde la entrada de su casa. Piensan en como esa nieve se convertirá en un lodazal en algunas horas. Piensan en que tienen que sacar los zapatos a prueba de agua, que es generalmente el par más feo que tienes.

Yo sólo he vivido una vez en una casa acá en Nueva York, el resto han sido departamentos. Fue hace 3 años y fue el peor invierno, en cuestión de temperatura, que he pasado. La casa estaba en Staten Island. Como el nombre lo indica, es una isla que está muy cerca de Manhattan, 20 minutos en ferry, aproximadamente. Hay que tomar el ferry para llegar a Manhattan, ya que no hay puente ni metro a la ciudad. Tomar el ferry me gustaba mucho, ya que me gusta el mar y es genial estar tan cerca diario. El ferry es gratis y lo recomiendo mucho si andan por acá. Yo encontré que la vida en Staten Island era muy extraña comparado con Manhattan, como si viviera en cualquier ciudad típica americana. Las calles son anchas y las casas de madera pintadas en diferentes colores le dan un aire pueblerino. Lo padre es que está a 20 minutos de Manhattan, que es la distancia-tiempo ideal para mí. Staten Island es casa de muchos mexicanos, por lo que tiene también el apodo de StateNeza.

En fin, yo y otras 7 personas compartíamos esa casa. Suena como si estuviésemos apretados, pero la verdad es que no. La casa tenía 5 habitaciones de buen tamaño y casi ninguno de nosotros estaba en casa durante el día. En la noche, los fumadores se juntaban en el porche (como dirían mis paisanos juarenzes) y platicábamos de temas poco memorables.

La distribución de gente en la casa era de uno por habitación con excepción de una pareja ya cincuentona que vivía en el sótano, el acomodo más grande, y un par de estudiantes americanas provenientes de Chicago que compartían otra habitación. Sólo había 3 baños, pero nuestros horarios eran bastante diversos, por lo que no había problemas de amonotonamiento. Eramos bastante respetuosos, creo que todos teníamos experiencia en cuestión de compartir espacios, por lo que jamás hubo problemas.

Tengo recuerdos gratos de esa casa. La pareja del sótano de abajo, Nick y Linda, me semi-adoptaron y me invitaban seguido a ver la tele (yo no tenía) y a tomar cerveza, la cual ellos mismos producían en pequeñas cantidades. Lo único que me molestaba un poco era que tenían 4 gatos. Me caen bien los gatos, pero son demasiados. Ellos pasaban por problemas, ya que el brazo de Nick estaba muy deteriorado por los años y por tanto trabajo duro en barcos. Él estaba tomando su última fisioterapia antes de que le declararan el brazo inservible, con lo cual ya no podría seguir con su oficio de marinero.

La casera vivía en el segundo piso, donde vivía yo también, y era (falleció ya, desafortunadamente) una señora de unos 70 años que igual tenía una gran disposición, a pesar de ser víctima de artrítis bastante avanzada. A Patricia le encantaba sorprendernos a los que fumábamos en el porche con unos gin & tonics de vez en cuando, lo cual hacía que las pláticas aburridas que ahí sosteníamos se volvieran mucho más amenas.

En la habitación de al lado vivían las 2 estudiantes. Nos saltaremos la descripción por causas de fuerza mayor.

Abajo, en el primer cuarto vivía todo un personaje. Era un hombre muy alto, de casi 2 metros, de nombre Gianni. Realmente era muy extraña su historia. Era un hombre de raza negra, y había emigrado a Nueva York desde Italia para dar clases de actuación. El proporcionaba siempre la nota cultural y una botella de buen vino mientras se charlaba con él. Nos daba clases de expresión corporal y siempre nos recomendaba varios ejercicios de respiración. En esos tiempos yo estaba haciendo música con un amigo chileno (el Weón, al cual seguramente le dedicaré un post en un futuro) y Gianni siempre tocaba mi puerta y cortésmente preguntaba si no era ninguna molestia para nosotros el que él estuviese sentado mientras tocábamos. El tomaba vino, y también nos lo proveía. El Weón proveía la marihuana. Todos contentos.

Compartiendo el piso con él estaba Mike, quién era el provocador de casi todos los conflictos, ninguno serio. El problema es que él era un total Republicano, simpatizante de George Bush y bastante conservador. A pesar de lo que se puedan imaginar por la descripción, no era mala persona. Ya estaba en sus cuarentas, era proveniente de Virginia y tenía que vivir lejos de su familia por su trabajo. Era un buen cambio de ritmo cuando venía su familia de visita, ya que eran las únicas ocasiones en las que la casa se sentía llena y, como sus hijos eran pequeños, había gente de todo tipo y edad en la casa.

El funcionamiento de la casa era como un reloj. Nos dividíamos las labores requeridas de limpieza y mantenimiento de la casa y el jardín. Eramos bastantes, por lo que realmente nunca fue ningún problema.

En el invierno que pasé ahí, sin embargo, me di cuenta de lo molesto que es esta época cuando uno no vive en un departamento. Por alguna razón, Staten Island es más frío (por unos 3 ó 4 grados) y nieva más que en Manhattan. Las máquinas que esparcen sal por las calles son requeridas por Manhattan, ya que le dan más importancia, por lo que Staten Island queda hecho un desastre después de las nevadas.

En la casa realmente sólo Gianni, Mike y yo podíamos hacer las labores físicas requeridas y tomábamos turnos encargándonos de éstas. Descubrí lo que era tener que subir al techo a quitar nieve para liberar peso, ya que las casas son de madera. También aprendí a quitar nieve de la entrada, lo cual no se escucha difícil, excepto por el detalle que había un camino de unos 20 metros desde la puerta de la casa hasta la salida de la calle, ya que el jardín de enfrente es bastante grande. Lo menos divertido ocurría cuando la casera me pedía de favor que también limpiara la entrada de la iglesia que estaba a unos cuantos pasos de la casa. Ésto me molestaba un poco, no tanto porque no soy católico, pero la verdad es que el pastor de esa iglesia era bastante joven y lo podía hacer sin problemas. Al parecer la sotana agrega unos 40 años y problemas motrices. En fin.

Creo que aún tengo secuelas de cargar bultos de sal de 40 kilogramos. Aún así, las primeras veces me pareció divertido, ya que ésto, y la experiencia en general, era nueva para mí. Gianni se quejaba amargamente de todo ésto, y frecuentemente tenía problemas con su espalda en momentos bastante convenientes (para él). Era un poco irónico, ya que definitivamente él era el más grande y fuerte en cuestión física. Después de un tiempo, Mike y yo eramos los que hacíamos toda la labor invernal, la que era muy bien recompensada por Pat mediante unos guisos bastante ricos, por lo que no nos molestaba tanto.

Después de algunas semanas, todo ésto se vuelve bastante tedioso. Al finalizar el invierno, generalmente ya estás harto totalmente de la nieve. La nieve no es tan mala, sin embargo, la nieve se convertirá en hielo si las temperaturas bajas siguen. Ésto empeora todo, ya que Staten Island está llena de bajadas y subidas que se tornan bastante peligrosas. No recuerdo cuántas veces habré patinado peligrosamente. No es divertido.

Sin embargo, como todo, tiene sus cosas buenas y malas. Ahora vivo en un departamento en un área bastante urbana y la verdad es que extraño un poco el invierno que viví ahí. Los inviernos depresivos mejoran cuando se tiene más compañía. Mi roommate es muy buena persona, pero su depresión crónica no le permite ser muy ameno en estas épocas. Yo no me deprimo, pero me desespera el que el frío no me permita caminar por las calles cómodamente. Una de mis pasiones es la fotografía, pero soy un amante de los colores, los cuales desaparecen en esta época. Si me gusta el blanco y negro, pero hay que usarse con discreción. En ésta fechas no hay nada más que blanco y tonos de café, lo único que proporciona color a las calles son los automóviles, los cuales me desagradan, y cuyos colores encuentro grotescos.

Para mi sorpresa, ahora me entra una nostalgia por esas épocas. Si estuviese allá, seguro que ahora no estaría escribiendo en el blog. Creo que ni siquiera lo tendría. Estaría en el cobertizo discutiendo algún tema irrelevante, con un cigarro en la boca congelándome de frío. Intermitentemente revisaría la entrada en busca del llamado "hielo negro", es decir, parches de hielo muy resbaloso que son invisibles a menos que se les busque, y que han causado bastantes accidentes.

Pero no, acá estoy y de lo único que me tengo que preocupar es de como hacer para que el tiempo no sea un total desperdicio encerrado aquí dentro.

Antes de escribir ésto traté, por tercera vez, de leer un libro titulado "Eeeee Eee Eeee", de un chavo de 25 años llamado Tao Lin. Es recomendación de mi roommate. El libro se me hace una porquería. Trata de un tipo que es despedido de Domino's Pizza y se regresa a casa de sus papás y ahí hay un portal o algo así que lleva a otro lugar en el que habla con delfines (de ahí el título) y demás tonterías.

Hace rato vi la película de The Wrestler. Es genial. Mickey Rourke siempre me ha caído bien. Le vale madres todo. Acá ya demostró que sabe actuar. Y luchar. Creo que es él el que se avienta y pelea y todo. Ya hablaré más de esta película en un futuro. Lentamente estoy preparando mi lista de mejores películas del 2008. Estoy haciendo trampa, porque la vi en el 2009, pero no me importa mucho.

Mientras escribo ésto, comienza a sonar una canción genial. "Superstition" de Stevie Wonder. Es un genio. Esta canción y "Overjoyed" son mis favoritas de él y también están muy arriba en la lista de mis preferidas de todos los tiempos. Con la de "Superstition" no queda más que mover la cabeza al ritmo, resistirse es inútil. Con "Overjoyed" es igualmente inútil no pensar en alguna persona especial y algún momento clave en nuestra vida sentimental. Se las dejo, por si las quieren escuchar:



1 comentarios:

Emilio dijo...

Me gustan estos posts tan largos. Además, si todo sale bie, yo estaré por esos lares en algunos meses y durante una larga temporada así que lo leído me sirve bien de aprendizaje contra el frío, al que no estoy acostumbrado. Llegué apenas de los cabos y el DF -una de las ciudades con el clima más grato que- me pareció un auténtico congelador.

Me gustó mucho la descripción de la casa y los personajes que vivían en ella. parece muy natural, pero es muy descriptiva, humorística y llena de netas; algunas partes me recordaron a Bukowski, espcialmente el párrafo que empieza "tengo recuerdos gratos...".

En fin, feliz año nuevo, suerte con el frío y las separaciones, etc. etc.
un abrazo